CONVIVIR CON EL DOLOR AJENO: FATIGA Y SATISFACCIÓN POR COMPASIÓN
Algunos elegimos nuestra profesión por vocación, desde pequeños ya tenemos claro que queremos ser de mayores. Otros llegamos a ella por casualidad y descubrimos que nos apasiona. Otros realizamos nuestro trabajo, sin más, sólo como un medio para ganarse la vida con el que, en muchos casos, no estamos muy conformes.
Algunas de estas profesiones tienen como objetivo principal ayudar a los demás en momentos de dolor y sufrimiento, en situaciones de alta vulnerabilidad, por ejemplo, psicólogos, enfermeras, médicos, trabajadores sociales, abogados, terapeutas, bomberos, educadores… Convivir con el sufrimiento ajeno de forma directa o escuchando la historia de dolor de estas personas nos puede suponer un coste emocional, añadido al de nuestro trabajo, dejándonos expuestos e igual de vulnerables.
Figley, define en 1995, el término Fatiga por Compasión o Desgaste por Empatía, haciendo alusión a un sentimiento de intensa empatía y pena hacía aquella persona que está sufriendo, acompañado de un fuerte deseo de calmar su dolor o resolver su problema.
La empatía y la compasión son herramientas fundamentales a la hora de establecer una relación de ayuda, si además, como profesionales, entendemos que debemos involucrarnos un 100% con las personas para sentir que hacemos bien nuestro trabajo, corremos el riesgo de hacer nuestro su dolor y sufrimiento contagiándonos de sus emociones, lo que a la larga acabará mermando nuestra propia salud mental y física.
Para muchos, es difícil establecer una barrera entre la vida personal y la profesional porque nuestra profesión nos apasiona, es parte de nosotros. No limitamos esos momentos a las puras horas laborales sino que los extendemos a lo largo de todo el día. Nos despertamos por la noche o sufrimos periodos de insomnio, dándole vueltas a las cosas a ver de qué modo podemos ayudar a María a encontrar su camino o un día de relax total en un SPA, en el que estás bajo los chorros o recibiendo un masaje espectacular, piensas en lo bien que eso le vendría a Amelia para liberar la tensión acumulada tras tanto tiempo dedicándose a cuidar a su madre.
Y la cosa no queda ahí, hay momentos en que sientes que el sufrimiento de la otra persona te supera y de alguna manera reexperimentas lo que ella ha vivido, por eso al Desgaste por Empatía también se le conoce como “Traumatización vicaria” o “Estrés traumático secundario”. Absorbemos el impacto emocional del sufrimiento de los otros, acabamos vibrando en su misma sintonía y nosotros, que somos los encargados de ayudarles, de proporcionarles apoyo y bienestar aliviándolos del dolor, fracasamos al gestionar nuestro propio dolor y nuestras emociones.
Indudablemente, esto no les pasa a todos los profesionales de estas áreas, esto depende de factores individuales. Según el propio Figley, en 2002, hay tres variables importantes a la hora de desarrollar Fatiga por Compasión. La primera de ellas es la exposición prolongada al sufrimiento ajeno, a personas que están sufriendo, la segunda, el haber sufrido experiencias traumáticas y el tercero la aparición de eventos estresantes en nuestras vidas, por ejemplo una enfermedad.
También influye el nivel de autoexigencia del propio profesional, sus esquemas cognitivos, habilidades de afrontamiento, apoyos sociales, familiares y profesionales.
Debemos de conocer algunos de los principales síntomas de la Fatiga por Compasión para poder detectarlos a tiempo y actuar en consecuencia:
- Problemas de sueño (insomnio, pesadillas).
- Falta de energía, cansancio y agotamiento.
- Depresión.
- Falta de concentración.
- Elevados niveles de estrés. Percibimos el entorno como amenazante y sentimos que carecemos de recursos para poder afrontar las cosas.
- Somatizaciones: mareos, vómitos, problemas estomacales…
- Elevada tensión muscular que puede reflejarse en dolores de cuello y hombros, abdomen, cefaleas, ATM (articulación temporomandibular)…
- Evitación de pacientes, pudiendo llegar a derivarlos a otros profesional o a otros servicios para no enfrentarnos a las emociones que nos desencadena esta situación, si no lo hacemos y nos enfrentamos a ello, sentimos un gran sentimiento de indefensión y desesperanza pero lo soportamos porque creemos que es nuestra obligación, no podemos “abandonar” a esa persona, lo que no hace más que acentuar nuestro malestar.
- Abuso de sustancias (psicofármacos, alcohol…) Muchas veces a escondidas porque se supone que nosotros, los que cuidamos, no debemos flaquear.
Pero no todo son malas noticias para los que nos dedicamos a este trabajo. Existe otro concepto, Satisfacción por Compasión, que hace referencia a esa satisfacción, a ese sentimiento de plenitud que sentimos cuando conseguimos ayudar a otro en su lucha contra el dolor y el sufrimiento. No es por un logro económico, ni que vengan del exterior, es algo intrínseco, es el placer que se experimenta al saber que tu esfuerzo ha merecido la pena y que otra persona se siente mejor porque tú lo has acompañado para aliviar su sufrimiento. Es una motivación interna la que te lleva a acompañarle en su camino. Es ese momento, en que ante una tímida sonrisa, por ejemplo, te sientes en paz, lleno de energía y bienestar.
No han de ser grandes progresos, son cosas mínimas, pequeños avances, pequeñas cosas pero tan importantes que nos llenan de alegría y satisfacción, es indescriptible lo que se siente, al igual que otras tantas cosas en la vida, necesitas experimentarlas para poder entenderlas.
Somos muchos los que cada día dedicamos toda nuestra energía en ayudar a otros y, aunque nuestro trabajo nos apasione y nos aporte grandes satisfacciones, debemos cuidarnos para prevenir el desgaste y la fatiga.
Factores protectores:
- Vigilar nuestro propio estado emocional, trabajando sobre nuestros propios sentimientos y emociones.
- Compartir nuestras inquietudes con compañeros que puedan comprender nuestra situación.
- Tener una vida social activa.
- Un buen sentido del humor.
- Mimarse y cuidarse a una mismo.
- Establecer nuestros propios límites y responsabilidades.
- Tener unos buenos hábitos de sueño.
- Establecer periodos de descanso en los que se desconecte del trabajo.
- Ejercicio físico y una buena alimentación.
- Involucrarse en actividades que nos hagan fluir, esas en las que nos metemos tanto que parece que el resto del mundo no existe, leer, bailar, pintar…
- Usar técnicas de relajación, meditación…
Es preciso que estemos preparados para el trabajo que nos espera, poder disfrutar de él sin que esto suponga un coste para nuestra salud, si aún así, en algún momento necesitamos ayuda, no vacilemos en pedirla, sin duda nos evitará mucho sufrimiento innecesario.